Criada en la pobreza y en un entorno de vulnerabilidad en su Jujuy natal, Alejandra «Locomotora» Oliveras encontró en el boxeo algo más que un deporte: halló una vía para transformar su destino. Con coraje, carisma y potencia, supo convertir cada obstáculo en combustible, cada golpe de la vida en impulso para avanzar. Así fue como se ganó un lugar en la historia grande del boxeo argentino.
Locomotora no solo brilló arriba del ring, donde alcanzó títulos mundiales y ofreció batallas memorables, sino también fuera de él. Supo entender que el show comenzaba antes del primer campanazo: en los pesajes, sus body paintings y su actitud arrolladora la convertían en figura central. Su personalidad magnética y su espíritu indomable marcaron a una generación.
El 4 de diciembre de 2008, en el Luna Park, protagonizó junto a Marcela «La Tigresa» Acuña un duelo inolvidable. Fue la única vez que se enfrentaron, pero aquella pelea fue mucho más que un combate: fue un choque de estilos, de personalidades, de visiones del boxeo. Oliveras, instintiva y salvaje; Acuña, técnica y estructurada. El fallo fue para La Tigresa, pero la rivalidad, alimentada por el carisma de ambas, trascendió el resultado y quedó en la memoria del deporte argentino.
Alejandra Oliveras fue más que una campeona. Fue símbolo de lucha, espejo para muchas mujeres y bandera de superación. Su legado sigue latiendo en cada joven que se calza los guantes y se anima a pelear por sus sueños.
Como su apodo, su historia seguirá en marcha. Porque Locomotora fue fuerza en estado puro. Y aunque ya no esté, su vida seguirá golpeando fuerte.
Fuente: medios